Ángela
Sotogrande
Ángela Sotogrande tiene 22 años y es natural de Málaga. Desde pequeña supo que, aunque al nacer se le reconoció como varón, ella era una mujer. A los 15 años tomó la decisión de afrontar la situación en casa, con su familia. La reacción no fue, quizás, la que ella esperaba. Sus padres no supieron bien cómo lidiar con la idea que Ángela les planteaba tan prematuramente.
Tras acudir a psicólogos privados que les instaban a obviar la situación y dejar que el tiempo pasase y “solucionase” las cosas, Ángela decidió marcharse a Madrid ya con 18 años. Siempre tuvo claro que, con su mayoría de edad, llegaría el momento de tomar las decisiones que nunca antes pudo tomar, así que se empadronó en la capital y pronto acudió a la UTIG.
"Las UTIG son buenas, son necesarias. Estoy de acuerdo con que las personas trans deben pasar por un psicólogo, pero debe ser un acompañamiento y un apoyo, no un análisis ni un diagnóstico. Lo que falla en las UTIG son los profesionales”.
“Al llegar a la UTIG, lo primero que sucedió es que no querían cogerme. Me decían que las prestaciones de la Unidad eran solo para los madrileños y que yo llevaba muy poco tiempo empadronada”, cuenta Ángela. “Pero yo le eché cara, la ley a la que se acogían todavía no había entrado en vigor. Ya estaba empadronada en Madrid y no podían negarse”.
El Coordinador y además endocrino de la UTIG, el Dr. Antonio Becerra atendió a Ángela al llegar a la Unidad para explicarle cuál iba a ser el procedimiento a seguir. En primer lugar un psiquiatra la evaluaría para descartar psicopatías, redactaría un informe y la derivaría al psicólogo. Tras la evaluación psicológica llegaría el momento de acceder a la hormonación cruzada a través del endocrino y tras dos años de hormonación tendría la posibilidad de acceder al cambio de nombre con el informe endocrinológico. (Ley 3/2007 de 15 de marzo, reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas.)
“A los dos años de hormonación, entraría en lista de espera para las operaciones que, en orden, son: eliminación de la nuez, cirugía de las cuerdas vocales, aumento de pecho y vaginoplastia”. Ángela añade: “Tiene que ser en ese orden. Si yo, por ejemplo, tuviese especial prisa para la operación de pecho, tendría que decir que no quiero la eliminación de la nuez y la cirugía de las cuerdas vocales. Ellos te dicen que no pasa nada, que luego también puedes acceder a las demás, pero no es cierto: quieren que sigas ese orden estricto y que hagas todas las operaciones. En su concepto de mujer no entra una mujer que tenga pechos pequeños o que se salga de la norma”.
Tras superar el proceso psiquiátrico, Ángela fue derivada a la psicóloga de la Unidad. “El proceso psicológico es un juego. Un juego que tienes que saber jugar si quieres ganar.” y ganar significa recibir el “visto bueno” y poder así pasar a la fase endocrinológica. “Muchas veces se trata de decirles lo que quieren oír” apunta.
Con el tiempo, pasó a la fase endocrinológica en la que recibiría, por fin, un tratamiento de hormonación cruzada. “En el caso de chicas trans, necesitamos dos tipos de medicación simultánea: uno a base de bloqueadores de testosterona, en mi caso Androcur, y otro de hormonas femeninas llamado Meriestra. No es suficiente solo con los estrógenos, la testosterona es una hormona muy fuerte y hay que bloquearla para que los estrógenos tengan efecto”, cuenta Ángela.
La dosis es variante según el paciente. Se realizan análisis de sangre detallados para conseguir dar con la dosis exacta para cada persona. “En la UTIG tuvieron muchos problemas para establecer la dosis indicada para mí. Tras muchos análisis no conseguían estabilizar mis hormonas, y decidieron darme un tratamiento estándar que, como después comprobé, no se adaptaba en absoluto a mis necesidades”
Ángela comenzó a sufrir cambios de humor desorbitados, cada vez eran mayores sus dolores articulares y musculares, el pelo comenzó a caérsele de forma muy llamativa, los pechos también le dolían y se sentía débil en general. “Tras otros análisis, en la UTIG me confirmaron que, efectivamente algunos niveles eran muy altos y preocupantes. Y literalmente me dijeron que estuviese tranquila, que hasta que no llegan a cien, no matan. Aún así, el Doctor me dijo que continuase con el tratamiento y que volviese en un año para comprobar cómo iban las cosas”.
Ángela se dio cuenta de que algo no iba bien. Decidió contar con una segunda opinión y acudió al Hospital Clínico donde la pusieron en manos del Doctor José Díaz. “Desde el primer momento me dijeron que ellos podían hormonarme pero que no podría acceder a ninguna operación a través del Clínico”. A Ángela eso no le preocupó porque tenía claro que permanecería en la UTIG para poder acceder a ellas.
A través de unos análisis de sangre, de orina y una densitometría ósea (una prueba médica que mide la densidad mineral de los huesos), el Dr. Díaz encontró un importante desgaste de del tejido óseo de Ángela. “Me dijo que tenía una osteoporosis de una mujer de cincuenta o sesenta años y que, de haber seguido un año más con el tratamiento que me habían indicado en la UTIG, probablemente habría llegado a un punto irreversible”.
“El mio no es un caso aislado. Conozco a muchas chicas a las que se les ha provocado una osteoporosis muy grave y esto no puede seguir así. Debes firmar un consentimiento en el que asumes todas las responsabilidades si el tratamiento con hormonas no sale bien. Lo tienes que firmar después de haber pasado la fase psicológica para poder empezar con las hormonas. Después ya no hay nada que puedas hacer.”
A pesar de todo lo sucedido, Ángela tiene claro que las UTIG son importantes. “Las UTIG son buenas, son necesarias. Estoy de acuerdo con que las personas trans deben pasar por un psicólogo, pero debe ser un acompañamiento y un apoyo, no un análisis ni un diagnóstico. Lo que falla en las UTIG son los profesionales”.
Hoy en día, Ángela sigue luchando. Por ella y por todos los que vendrán después. Para conseguir que los menores que se encuentran en su misma situación puedan disfrutar de unas mejores condiciones en el servicio sanitario público. Para que los bloqueadores de la pubertad sean aplicados en todos los menores que lo necesiten y que lo requieran. “No quiero más adultos devastados, no quiero más adolescentes hundidos ni más suicidios, quiero niños y niñas que crezcan y lleguen a ser adultos sanos y felices consigo mismos”